¿Por qué a veces tenemos antojos sin tener hambre?
No siempre comemos porque tenemos hambre. A veces, un simple aroma o recuerdo puede bastar para despertar un deseo casi irresistible por un alimento concreto. ¿Te ha pasado alguna vez recordar el olor de unas galletas recién horneadas y notar cómo se te hace la boca agua, aunque acabes de comer?
Este fenómeno, lejos de ser una simple curiosidad, tiene una sólida explicación desde la neurociencia. Y es que nuestra memoria y el sistema de recompensa del cerebro están más conectados de lo que imaginamos.

El ‘circuito del antojo’: cuando el cerebro anticipa placer
Cuando comemos algo que nos gusta, nuestro cerebro libera dopamina, un neurotransmisor asociado con el placer y la motivación. Esta liberación no solo nos hace disfrutar del momento, sino que también refuerza el recuerdo de ese alimento y lo asocia con sensaciones agradables.
Con el tiempo, el cerebro construye lo que los expertos llaman un "circuito del antojo": una red de conexiones neuronales que vinculan ciertos estímulos sensoriales (como un olor, una imagen o incluso una conversación) con la expectativa de recompensa. Así, basta con ver una foto de un alimento apetecible para que se active ese circuito y sintamos el deseo de consumirlo, incluso si no tenemos hambre fisiológica.
Un mecanismo con raíces evolutivas
Estudios del Monell Chemical Senses Center, entre otros centros especializados en percepción sensorial y neurociencia, han demostrado que este mecanismo tiene raíces evolutivas muy claras. En el pasado, cuando el acceso a alimentos energéticos era limitado, recordar qué alimentos nos proporcionaban energía y dónde encontrarlos resultaba clave para la supervivencia.
Sin embargo, en el entorno actual, en el que los alimentos calóricos y palatables están al alcance en todo momento, este sistema puede volverse en contra de nuestro bienestar. Si no somos conscientes de su influencia, puede llevarnos a tomar decisiones alimentarias poco saludables.

¿Qué podemos hacer?
Ser conscientes de estos mecanismos es el primer paso para gestionar mejor nuestras elecciones. Reconocer cuándo un antojo es una respuesta emocional o sensorial, y no una necesidad real, nos ayuda a tomar decisiones más informadas y equilibradas.
Esto no significa renunciar al placer de comer, sino entenderlo mejor: saber por qué lo sentimos, cómo se activa y qué papel juegan nuestros recuerdos y emociones en nuestra relación con la comida.
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